Imaginemos que estoy viviendo en Gatolandia. País fundado por los 40 ladrones de Alí Babá. Y mis arcas están casi vacías porque gastando más de lo que puedo robar, en nuevos gustos y placeres, me falta plata. ¡Qué horror! Estoy dando un mal ejemplo a mi pueblo, que confió en mí, en mis promesas de rápido enriquecimiento (¡shhhh! mío, no de ellos) y ser un perfecto trabajador en el arte del gateo. A algún despistado político- llamémosle “traidor” se le ocurrió que para continuar ascendiendo en la escala de Alí Babá - donde se dan las mejores oportunidades - debo mostrar el revés de mi ficha , es decir, la parte limpia. Pero esta también está sucia, i.e., llena de demandas por choreo, que en realidad son prueba de una gran dedicación al trabajo, más allá del “Juramento”. Trabajo que al retirarme- me servirá para vivir como un príncipe árabe el resto de mi existencia. No hay nada para discutir. En el País de los Gatos, hay que gatear. Así como vemos que en el País de los inocentes, el vivo vive del tonto; y el tonto, de su trabajo. ¿Y eso es pecado? Hasta ahora, que se sepa, ningún gato de los buenos cayó tras las rejas. Pero, recuerde: hay que mudarse ¿Mudarse? a Gatolandia, amigo.
Darío Albornoz
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